A finales de los 90, cuando aún trabajaba en la Ciudad de México, me encargaron que hiciera un reportaje especial acerca de la pesca de los tiburones. Investigando, me enteré que Isla Mujeres era un lugar donde la captura de esta especie era una de las principales fuentes de ingreso para los hombres de mar.
Así que me puse en contacto con representantes de una de las cooperativas y aceptaron llevarme junto con mi camarógrafo para documentar cómo llevaban a cabo esta actividad. Recuerdo que salimos por ahí de las tres de la madrugada a bordo de una panga de las llamadas precisamente tiburoneras de unos 15 metros de eslora con un par de motores fuera de borda.
Yo pensaba que navegaríamos un par de horas a lo mucho pero ya estando a bordo nos dijeron que el trayecto sería de unas seis horas hasta el sitio donde un día antes ellos habían dejado sus palangres. Me explicaron que se trata de largas líneas de cientos de metros con enormes anzuelos colocados a cierta distancia unos de otros con su respectiva carnada.
En realidad no íbamos a pescar, sino a recoger a los escualos que hubieran mordido el anzuelo. El viaje se nos hizo eterno y más aún cuando llegamos al destino y paró la embarcación. Con el insoportable vaivén mi camarógrafo y yo no tardamos en alimentar a los peces provocando la risita burlona de los pescadores mientras comenzaban a recoger las líneas.
Los tiburones estaban aún vivos cuando los jalaban hacia la superficie, así que eran sacrificados con varios golpes en la cabeza utilizando un pequeño bate de beisbol. No fue agradable presenciarlo. Fueron en total seis los tiburones de distintas especies que pescaron aquella mañana. Dos eran de la especie conocida como Toro, otros dos enormes conocidos como Limón, uno de la variedad Tigre y uno de punta negra o arrecife.
Los pescadores regresaron muy contentos y nosotros muy mareados y con sentimientos encontrados. De Isla Mujeres tomamos el ferry hacia Cancún y después vía terrestre nos dirigimos hacia la costa de Yucatán cerca de Progreso. Visitamos una de las plantas a donde se mandan los tiburones y conocimos el proceso para quitar la piel, que se aprovecha para fabricar zapatos, cinturones, carteras y otros artículos.
Después vimos cómo se sala la carne destinada al consumo humano. También nos mostraron la forma en que se extrae el cartílago de las aletas (tan cotizado en el mercado chino para fabricar sopas) dejándolas pudrir en una cubeta con agua de mar hasta que los gusanos se comen la piel y la carne. Los huesos, se trituran junto con las vísceras para fabricar alimento para ganado.
Finalmente las mandíbulas y los dientes sueltos son vendidos como artesanías. En resumen, del tiburón todo se aprovecha. Así ha sido el proceso tradicional durante varias generaciones. El problema es la terrible sobre explotación de las distintas especies.
De acuerdo con las últimas cifras disponibles, la explotación anual de tiburón y cazón a nivel nacional, pasó de 24 mil toneladas en el 2013 a ¡47 mil toneladas en el 2018! En Quintana Roo, los propios pescadores y los prestadores de servicios de buceo reconocen que cada vez es más difícil ver un tiburón sobre todo en el norte de nuestro estado.
Por fortuna, grupos ambientalistas como Save Our Sharks o Snorkel for Trash acaban de firmar un acuerdo histórico con los tiburoneros de Isla Mujeres. ¿De qué se trata? Con muchísimo gusto se lo platico en la próxima entrega de Columna QR.