¡Ya casi llegamos! Pónganse abusados porque en cualquier momento vamos a ver el mar... Este es quizás el primer recuerdo que tengo de Acapulco. Mi padre, Don Leoncio nos llevaba muy seguido de vacaciones junto con mi mamá, doña Eva, y mis dos hermanas mayores, Delia y Gina.
Íbamos por carretera, cuando aún no existía la Autopista del Sol y el recorrido era de entre seis y ocho horas desde la Ciudad de México, así que en verdad que gritábamos de felicidad cuando veníamos bajando de la montaña y a través del parabrisas veíamos el bellísimo paisaje de la bahía y el color azul intenso del Pacífico mexicano.
Era yo muy pequeño, pero de inmediato me enamoré de aquel paraíso al que por fortuna pude volver muchas veces ya sea con la familia o más tarde en mis épocas de estudiante y después con mi propia familia.
Cuando iba en la prepa y luego en la universidad, viajaba por autobús con apenas lo necesario para comer sándwiches de atún y salir alguna noche de parranda. Así, en plan mega austero, visité mis primeras discotecas y conocí a los cadeneros de los antros que no te dejaban entrar si no llevabas pareja o tenías para pagar mesa de pista. De cualquier manera era muy divertido ir a la playa y desafiar las olas que por las tardes llegaban a medir hasta tres o cuatro metros de altura.
Era joven y temerario y en ocasiones estuve a punto de que me llevara la corriente. Por cierto que fue en Acapulco donde aprendí a nadar, como a los ocho años, una vez que mi padre nos llevó en un recorrido a bordo de un yate legendario que tenía una pequeña alberca y que por cierto años después quedó destruido en un incendio.
Varias veces fui a ver los atardeceres majestuosos de Pie de la Cuesta, los escalofriantes clavados en la Quebrada y también disfruté en muchas ocasiones del exquisito e inigualable pescado a la Talla que preparaba “Cira la Morena” en Barra Vieja. ¿Cuántas y cuántas anécdotas viví en Acapulco? En verdad que los ojos se me llenan de lágrimas al ver lo que está pasando en este destino que de por sí había caído en una terrible espiral decadente gracias a la descomposición social, el narcotráfico y sobre todo una serie de gobiernos que ahora mismo le están dando la puntilla tras el paso de Otis.
Ahora bien. Dos veces fui testigo de cómo Cancún se levantó después de sufrir los embates de Gilberto en el 88 y Wilma en el 2005. Pero eran otros tiempos, otras las autoridades y otra la triste realidad que viven ahora los acapulqueños. No lo sé. Quizás tengamos que quedarnos sólo con los recuerdos del que durante décadas fue el principal destino turístico de México donde muchos de nuestros padres y abuelos se enamoraron o incluso pasaron sus lunas de miel.
Hoy, mientras allá todo es un caos, vuelven a mi mente aquellos lindos recuerdos y por supuesto, la imagen del horizonte al ir bajando desde las montañas hacia el bellísimo puerto de Acapulco.