Poco después del paso del huracán Otis por Acapulco, un gran amigo comentó a través de un chat que tenemos en común, que su esposa estaba muy angustiada pues no sabía nada acerca de sus padres quienes vivían en un edificio de apartamentos a la orilla del mar.
Se trata de una pareja de adultos mayores a quienes conozco desde hace muchos años y por quienes siempre he sentido especial afecto. Le pedí a mi amigo que me compartiera las fotografías y datos generales de sus suegros para subir la información a redes sociales con la esperanza de que alguien allá los reconociera y pudieran dar señales de que estaban bien y se comunicaran con su hija.
A final de cuentas los señores milagrosamente fueron localizados a salvo. Y le digo esto porque lo que vivieron ahí encerrados a media noche en un recoveco de su apartamento fue como para no volver a dormir tranquilo.
Este fin de semana tuve la oportunidad de verlos afuera de una tienda donde coincidí con mi amigo muy cerca de donde ambos vivimos. Ellos no descendieron del automóvil pero tuve el gusto de saludarlos. Parecían estar bien, pero en su mirada pude ver la angustia que padecieron ahí encerrados solos los dos en un pequeño cuarto aferrándose a la existencia.
La señora sufrió algunos cortes en brazos y manos y el señor también presentaba algunas lesiones. No quisieron hablar mucho sobre el episodio y tampoco quise preguntarles demasiado. Simplemente les dije que estaba muy contento de verlos y ellos comentaron que definitivamente no volverán a Acapulco y que piensan establecerse aquí en Cancún esperando algún día vender su propiedad y recuperar parte de su patrimonio.
Ese mismo día por la noche, la esposa de mi amigo me envió un video de cómo quedó el departamento de sus padres. En verdad que fue escalofriante a pesar de que en mi carrera he visto mucha destrucción provocada por distintos huracanes. Y en verdad que no me explico cómo es que están vivos. Si alguien hubiera arrojado granadas de fragmentación al interior de la vivienda, los daños quizás no hubieran sido tan severos.
Sin embargo, en medio de la destrucción, resulta por decir lo menos asombroso, que en la recámara principal el Cristo crucificado sobre la cabecera permaneció intacto. Vaya, ni siquiera inclinado hacia algún lado. Algo similar ocurrió con la Virgen de la Quebrada que no sufrió ni un rasguño tras el fenómeno. ¿Casualidad? Vaya usted a saber. Pero me queda claro si de algo de podemos aferrarnos en los peores momentos, es en nuestra fe y en lo que creemos.