En 1988 prácticamente estaba comenzando mi carrera como reportero de investigaciones especiales bajo las órdenes del gran periodista Guillermo Ochoa. Ese año se cumplían 25 del asesinato de John F. Kennedy y mi jefe me ordenó que viajara a la ciudad de Dallas, Texas, donde ocurrió el magnicidio, para “realizar una crónica de lo sucedido aquel fatídico 22 de noviembre de 1963".
La encomienda era simplemente hacer un recuento de los hechos y visitar los sitios en los que ocurrieron eventos relacionados. En esa época no había internet, así que cualquier investigación previa tenía que hacerse en bibliotecas o hemerotecas. Fue así como tras consultar varias publicaciones en revistas especializadas encontré que había un grupo de ciudadanos y especialistas en diversas disciplinas que no estaban de acuerdo con la versión oficial del gobierno estadounidense que a la fecha asegura que un solo hombre, Lee Harvey Oswald fue el responsable de matar a Kennedy.
Señala dicha versión, que Oswald habría disparado en tres ocasiones desde el sexto piso de un depósito de libros escolares hacia el auto que transportaba al mandatario, a su esposa Jackeline, al gobernador texano y su mujer, así como a los agentes del servicio secreto que los custodiaban en un recorrido por aquella ciudad. Sin dudarlo, concerté una cita en Dallas con Larry Howard, Director del Centro de Investigación del Asesinato de JFK. Lo que este personaje me mostró en una exhibición recién montada en el quinto piso del depósito de libros me causó una gran impresión. Infinidad de fotografías, objetos, documentos y filmaciones de la época, sacudieron mi conciencia y me hicieron pensar por vez primera que en realidad hubo una conspiración para asesinar al 35o presidente de Estados Unidos y un posterior encubrimiento para manipular las pruebas y engañar al pueblo estadounidense.
Acompañado por Howard, visité cada rincón de la Plaza Dealey, donde ocurrieron los hechos, y observé el punto exacto donde Kennedy recibió el tiro fatal en la cabeza a través de una pequeña barda hecha con estacas de madera desde donde muy probablemente habrían disparado esa bala. En aquella primera visita, platiqué con la enfermera que recibió al Presidente ya prácticamente muerto en el hospital Parkland y me describió como Jackeline en estado de shock, permaneció sentada en uno de los pasillos completamente sola y sosteniendo entre sus manos un pedazo de la parte posterior del cráneo de su marido.
Me entrevisté además con una de las amantes de Lyndon Johnson, vicepresidente en el periodo de Kennedy y quien asumió el poder tras su fallecimiento. La mujer me aseguró que Johnson y JFK no se toleraban y que éste último estaba a punto de sacarlo de la fórmula en busca de la reelección en 1964. Johnson pues, fue el más beneficiado con la muerte de Kennedy y fue su gobierno el que llevó a cabo las investigaciones del magnicidio.
Cuando regresé a la Ciudad de México presenté una serie de siete reportajes a nivel nacional con el resultado de aquella investigación, mismos que causaron un gran revuelo pues en aquel entonces ni siquiera en Estados Unidos se habían dado a conocer muchos de los elementos que pude recopilar y que en buena medida fueron parte del guión de la película JFK de Oliver Stone que saldría años después. Regresé a Dallas en al menos cuatro ocasiones para continuar investigando sobre el caso, la última hace diez años trabajando ya para TV Azteca cuando entrevisté a James Tague un hombre que recibió una herida en la mejilla con una esquirla de bala en un hecho que por sí mismo contradice la versión de los tres disparos de Oswald.
Hay mucho que platicar de mis investigaciones sobre el caso Kennedy y más ahora que están a punto de cumplirse 60 años desde aquella fecha fatídica en que la historia del mundo moderno daría un giro brutal. De esto le seguiré contando en una próxima columna y también en una conferencia magistral que daré el 22 de noviembre en Cancún y de la cual podrá obtener mayores detalles a través de mis cuentas de redes sociales.